Ausencia por un par de semanas. Imperdonable. Por el
compromiso que tengo con ustedes, pero sobretodo, con el que tengo conmigo.
Mi periodo de silencio dentro de este espacio, que abarca
desde el 23 de abril hasta el presente día, no se debió a la muerte de alguno ni
al exilio de nadie, fue a raíz de una
serie de sucesos, pequeños, que aislados no parecerían, pudieran hacer una
diferencia, pero en su conjunto, la hicieron.
Entre ellos, regresé al nido después de casi un año de haber
partido. Dejé el departamento de Santa Fe para regresar a la colonia donde
crecí, la Florida, no la de Satélite, sino la de San Ángel. Extrañaba sus abetos, las ardillas
habitándolos, los pájaros cantando al cuarto para la una de la tarde colgando
de sus ramas y que poco les importa que el sol haya salido ya hace más de siete
horas. Extrañaba poder sacar a Patricio, mi perro, a caminar nuestro circuito
habitual que nos lleva de la casa al San Ángel Inn con su respectivo regreso.
Haber retornado tiene muchas ventajas, es innegable; tener un
refrigerador siempre dispuesto a regalar un tentempié a uno acostumbrado a
estar vacío y con un sin número de bacterias, se agradece y mucho, estar a
media hora de haberme despertado de la universidad donde imparto mis clases, no
podría ser otra cosa más que una ventaja, y tener a Lau, mi novia, a un cigarro
de distancia, es en toda la extensión de la palabra, una bendición.
Terminé un ciclo y comienzo un nuevo. Crecí en experiencia, en
madurez. Algunos podrán pensar que he dado un paso hacia atrás, pero no es así.
Vivir fuera de casa, me sirvió para valorarla, tanto a ella como a cada uno de
sus habitantes, inclusive a los que están de entrada por salida como Rosa, la mujer
quien ha dedicado más de diez años a mantener el órden en esta residencia.
Estoy feliz y es un hecho, porque hace una año las cosas eran
muy diferentes a como son ahora. Hasta nuestro circuito, el de Patricio y mío,
ya cuenta con un Starbucks más, con un Panda Express y próximamente con un
Karl´s Jr. a lo largo de él. Sé, son por
menores, pero justo esos son los que le dan color a la vida y nos permiten
decir de ella: “qué buena es”.
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