Tiene un rato que no nos
encontramos en este espacio. Los motivos son muchos. El primero de ellos,
cambié de trabajo y ahora me queda poco tiempo para darle rienda a mis locuras
e imprudencias. Pretextos, no son más que pretextos y les pido una disculpa. Si
uno verdaderamente quiere compartir un par de ideas, encuentra la manera de
hacerse un hueco y sentarse a
escribir.
Hoy
quiero aprovechar para compartirles una experiencia que me sacudió el alma.
Hace unos días entré a mi página de Facebook y tenía una solicitud de amistad
que en un principio pensé que se trataba de una extraña tratando de acumular
amigos por morbo o para incrementar una cifra capaz de ser sinónimo de
popularidad. Resultó que teníamos un solo amigo en común: mi hermana Paola.
Esta coincidencia me detuvo a desecharla de inmediato y mi curiosidad pudo más
que mi apatía hacia los desconocidos que quieren pertenecer a lo que no
deberían.
El
rostro no me llevaba a ningún lado ni la fotografía de un bosque austriaco por
detrás de él. “Sofía Barden, Sofía Barden, ¿quién será?”, me preguntaba hasta
que la memoria me arrojó como si fuese un ladrillo la identidad de esa mujer
con los brazos obesos, de mirada triste, con pelo castaño que, siendo honesto
con ustedes, no le favorecía en lo más mínimo.
Se
trata de mi prima, de la hermana gemela de Diana quien aún se encuentra
extraviada porque hace años no se nada, absolutamente nada de ella. También es hermana
de Nadia, la Nadia risueña y encantadora que a todos nos supo ganar en la
familia. Y por si fuera poco, también de aquel bebé que apodaban el “Cuppy”, y por lo poco que he escuchado,
ahora ya no es ningún bebé y está metido en quien sabe que tanta cosa, y quienes
le han visto fotografías recientes, aseguran que se la vive de escándalo en
escándalo.
A
esa Sofía Barden la última vez que la vi fue en Cuernavaca; era una niña de no
más de 8 años. No volvimos a vernos debido a un pleito familiar que no encontró
solución en ninguna puerta y la distancia no ayudó. Sofía y sus hermanos viven
en Alemania, porque Chayo, la hermana de mi padre, se dejó enamorar por aquel
hombre de espaldas anchas y barbas rubias que decidió llevársela a un poblado a
media hora de Bremen. Lo último que supimos de ellos, es que el padre, un
neurótico sin perdón de Dios, los había abandonado así como Sofía abandonó a la
pequeña que fue para convertirse en la mujer pálida que veo en el retrato colgando
de su cuenta.
Sofía
me ha buscado sin importarle que no hable alemán ni ella español, a pesar de la
distancia entre la población en la que viva en la actualidad y esta ciudad
hecha un caos. Sofía tuvo la capacidad de dejar un pasado obstruyéndole para
darle paso a un futuro donde si se pueda construir. Sofía se atrevió a derribar
esas barreras y conectarse con sus raíces con tan sólo un click, con tan sólo
un click que mucho de nosotros no nos hemos atrevido a dar.