lunes, 30 de enero de 2012

¡En hora buena Meimas!

Ya se nos fue enero. A muchos les da lo mismo porqué ahora la cuesta de principio de año tiene una duración de dos meses y también la segunda fracción de la docena de este 2012 les resultará un fastidio. Otros continuarán preocupados hasta no ver a Marzo en el calendario debido a que le temen al “enero y febrero, desviejadero” y a la muerte rondando por los pasillos de los hospitales y de las habitaciones con aires de monasterio. Otros, como Chelo, el rufián del que les platiqué con quien comparto el mismo número frente a la puerta donde vivo, lo festejan, pues el mes de abstinencia, “el enero, tehuacanero”, ya se despidió y están por darle la bienvenida a las fiestas para conmemorar la promulgación de la Constitución Mexicana y un par más de aciertos del Presidente Carranza. En el caso de los alumnos de la institución donde me armé de valor para dar clases, están contando los días para sepultar a sus vacaciones y vivir un semestre de luto. Y unos pocos, están radiando felicidad por un gran principio del fin del mundo si acaso las predicciones de los mayas no se tratan de puras charlatanerías; Guillermo, mejor conocido como “el Meimas”, es uno de ellos.

En los primeros días del año, a su regreso de Alemania, país de donde es originaria una niña quien, después de mucho cortejarla, le dio entrada, nos sorprendió con una noticia. Esa la llevaba puesta en el dedo índice de su mano izquierda. –¿ Te casas? –No ahora. Es un anillo de promesa, no de compromiso. –¿Y eso qué significa? –Qué queremos estar juntos y que nos amamos –dijo orgulloso de estar enamorado antes de contarnos sus planes de irse a vivir por allá, por allá donde descansa el pequeño poblado haciéndose cancha entre la selva negra de aquel país y donde su suegro disfruta llevarlo a cazar para después cocinar a los venados que fueron sus presas.

Nadie nos lo hubiéramos imaginado, quien pensamos sería el último, resultó, está por ser el primero… Y su historia es la muestra que la vida, como bien dice el buen Johnny Laboriel cuando canta una de sus canciones, es una tómbola.

¡En hora buena Meimas! Sólo, esperemos el mundo no se nos acabe.



lunes, 23 de enero de 2012

Un puente que es laberinto


Una canadiense, de esas mujeres que viajan por el tercer mundo como si fuera un museo, comió con nosotros hace dos sábados. No era su primera vez en México, y es muy probable, no sea la última, pues tiene aquí, en esta tierra de contrastes, un amor esperándola siempre con los brazos abiertos. Le inquietaba conocer no la ciudad retratada en las postales, ni la predilecta de Pedro Infante, ni la consentida de José Alfredo Jiménez, sino aquella dándose donde antes se exiliaban los desechos de este titán de mil jorobas quien me vio nacer. Quería ver con sus propios ojos ese desarrollo,  el “Wall Street” mexicano, como lo llaman mis amigos los banqueros, al prado bajo el nombre de Santa Fe. La llevamos a comer a un restorán agraciado con una estrecha terraza de piso de barro con vista al cerro fungiendo como vigía de las construcciones que, en su conjunto, parecen las teclas de un piano en un caos rotundo. Resultó, las especialidades del Chef no eran mexicanas sino españolas. Pedimos pulpos a la gallega, patatas bravas y otros cuantos platillos tradicionales de la península ibérica a falta de mole y fajitas de res. “Take her to the bridges”, le sugerí a su anfitrión, para que la hiciera testigo de la imagen, la cual, desde mi punto de vista, mejor nos describe:

De un lado se impone la abundancia, la naturaleza se muestra como si obedeciera a los caprichos del hombre, a sus ornamentos. Hay orden, pulcritud, poca distancia hacia la perfección. Del otro, predominan los grises y los negros, un panteón recibe, las laminas se acomodan como pueden, un sobre la otra, para proteger a sus residentes de un sol, quien parece, de ese lado no sale o por lo menos no quiere. Y ahí está, firme, arrogante, la Avenida de los Poetas, como si fuera una muralla como fue la de Berlín, marcando las diferencias entre un paraíso y miles de infiernos por accidente. Eso se vislumbra desde el tramo Octavio Paz, un escritor de Mixcoac, quien por haber tenido el valor de plasmar con precisión y sin benevolencias nuestras soledades y nuestras comuniones, los muchos errores y los pocos aciertos, le fue otorgado un Premio Nobel. Y como casi todo en este país, la incongruencia se hace presente, y en su honor, la antítesis de su sueño, –el que consistía en dejar atrás las penas de uno, perdonar los atropellos del pasado y caminar hacia la unidad, la equidad y la hermandad– lleva su nombre.

Yes, well, if she wants to go…”, respondió a mi consejo y la platica siguió, el desfile de copas continuó y la noche se nos vino encima sin darnos cuenta que Jessica, la canadiense, esa tarde había estado en un México distinto, en uno que no parece México, hasta  cuando se tiene el coraje de adentrarse sin miedos en su puente que es laberinto.

lunes, 16 de enero de 2012

Niños disfrazados de viejos

Un jueves como cualquier otro, de esos que parecen viernes de quincena y de diciembre, llegué a visitar a la familia con la neurosis ocasionada por los atascos de Insurgentes. Patricio, el guardián de nuestra puerta, que a pesar de ser un intento de Maltés, se siente un Rottweiler, con tales presunciones, me devolvió de buenas a primeras el buen humor robado por esa tediosa travesía. Ya cuando le llegó su turno al café, le pregunté a la distraída de mi madre por la ausencia de quien se sienta en la cabecera de la mesa.


 –Ya lo sabes, está trabajando Emmanuel –dijo la señora mientras manejaba el mundo a su antojo a través del aparato entre sus manos como si mis preguntas siempre se trataran de puras tonterías. –Ya lo veré el fin de semana entonces…­­ –le contesté asumiendo. De pronto, como si fuera una general entrando victorioso a una ciudad capital, seguido sólo de su mascota, se hizo presente con una alegría infantil invadiendo su rostro, con sus ojos color aceituna presumiendo su privilegio recién otorgado; el primero de esa especie concedido por la tirana de su esposa. –¿Ya me compraste mi pijama de shorts? –No, en la tarde te la compro.–¿Y mi bronceador? –Tampoco, pero en la tarde te lo compro. –Por favor, no se te vaya a olvidar. –le pidió desesperado, pero cuidadoso de no perder el permiso a su viaje a Acapulco con el tío Fernando, Manolo, Celestino y Miguel.

Ante los ojos de los demás, tienen pinta de ser unos señorones, es más, a mi también me tuvieron engañado, pero no; son unos niños disfrazados de viejos. Se dejan barbas o bigotes en lugar de pintarse las caras de payasos o dragones. Intercambiaron sus triciclos, por sus coches, sus casas de campaña, por alguna residencia, sus ratones, por un que otro hijo. Ahora, en vez de atragantarse de obleas de cajeta y caramelos en forma de bastones, se indigestan con bifes de chorizo o pescados a las brazas, digo, ya no se les pican los dientes, pero el colesterol si se les sube y poca importancia le dan a cuidarse el corazón como en un pasado le dieron a sus muelas. Ya son huérfanos, pero el lugar de la madre, quien los obligaba a comerse las verduras y hacer cada tarde sus tareas, no quedó vacío. Llegaron otras mujeres a ocupar el puesto y fracasan, con constancia, en el mismo propósito de sus antecesoras: en educar a sus malcriados. Dicen, van a descansar, antes decían jugar, pero la travesura es la misma, sólo que ahora ya no sólo se embriagaron, lo puedo asegurar, con el rompope de las monjas.

Cuando le conté de mi intención de escribir esta historia a ese amigo quien he preferido preservar su nombre en el anonimato, pero que sí puedo decirles, fue fuente de inspiración para la creación de mi personaje Tomás Encanto de Catarsis, me dijo:– De acuerdo contigo: The only diference between men and boys, are the prices of their toys–.

¿Y saben qué? Pues tiene razón.

viernes, 6 de enero de 2012

Incertidumbres pisando los talones


Un año más se fue y ha empezado el nuevo como si las manecillas del reloj no avanzaran. Al parecer todo sigue igual, pero eso es una gran mentira, el mundo continua caminando a pasos agigantados y yo soy quien me he quedado estancado en la nada. Varios intentos de amores me pasaron frente a las narices, de ninguno quise agarrarme de su mano o ninguna cometió la estupidez de quedarse a hacerme compañía. La oportunidad de aplicar a un maestría en el extranjero, para huir de mis realidades, para dejar, lejos, muy lejos de aquí, al tiempo comerse los días en el calendario colgado en la cocina en un rincón donde nadie puede verlo, porqué es una tortura sentir a la muerte más cerca, no la hice mía por obedecer a mis temores. He escrito una novela, 465 páginas acerca del impacto de cada una de nuestras decisiones para acercarnos o alejarnos de nuestros sueños –obvio, entre líneas, intentando hacer una crítica severa a quienes optan por el segundo verbo– y no sé a donde vaya a llegar con aquella historia. Algunos días me parece grandiosa, pienso, es de lo mejor que alguien de mi generación ha creado, pero hay otros –se lo adjudico a mi voz interna, el milagro, por llamarlo de algún modo cuando estoy en mi sano juicio, de que no haya pasado– que estoy al borde de entregársela al olvido, de tirarla a la basura, tanto sus versiones impresas como digitales resguardadas en la esquina superior derecha de mi computadora; quizá se deba a que temo ser la antítesis de mi obra. Y así podría seguirme por un buen rato hablando de mis fracasos y de las incertidumbres pisándome los talones, incomodándolos, diciéndoles como soy, de mi nutrióloga, el peor de sus pacientes, de mi homeópata, quien resultó por azares de la vida ser mi padre, el más desobediente de los devoradores de sus glóbulos de azúcar, de mis compañeros del equipo de beisbol, el más distraído de los jardineros en la historia de la Liga Maya, de mis alumnos, en ocasiones, la impuntualidad hecha persona, de mi amigos, un loco entre otros locos y sus garabatos, y la causa de muchas de sus risas. Ahora bien, podría platicarles de mis triunfos y hasta donde podrían llegar mis aciertos obtenidos en los 365 días que se fueron, pero como dijo Marcelo, ese rufián con quien comparto los ciento y pocos metros cuadrados en donde detrás de una puerta se encuentra la cama donde duermo, prensado de un viejo bar de caoba cuando la cena de noche buena se estaba convirtiendo en borrachera: “Qué hueva dan los exitosos, de ellos mejor ni platiquen.”

Hace algunos días leí en el Twitter un mensaje echado al aire por una amiga, decía algo así: “If last year you didn´t cried of sadness or happiness, was a year wasted.” Es  muy cierto, si en ningún momento, uno no termina en los extremos, uno no se arriesgó en hacer alguna diferencia. Yo viví la mayoría de mi tiempo en ellos, y de cuando me partí la madre, porqué no hay otro modo de decirlo, no me arrepiento, pero si de esas veces cuando me quedé arraigado en la comodidad del punto medio.

P.D. Más vale tarde que nunca: Feliz Año. Y sí, uno de mis propósitos fue empezar este blog. Espero, les guste.